Yo no estuve allí, ¡me lo contaron!
Y así comienza esta historia…
…con los relatos de otros,
mas lo que yo vi aquí en Texas
y después en Nueva Orleans.
En las épocas de tormentas,
en los Estados Unidos de América,
los cazadores de huracanes
mucho antes de la temporada,
ya tienen el radar bien puesto,
y desde lejos ellos detectan
las tormentas que amenazan
Se van furtivamente a las fronteras
del borde sur de Norte América
guiados por hombres-coyote,
y en condiciones infrahumanas
van cruzando al otro lado
¡siendo traficados en masa!
Cuando los huracán “Ike” y “Katrina”
arrasaron Galveston y New Orleans,
los lugareños de allí emigraron
marchándose a otras ciudades,
mientras los inmigrantes “mojados”
cazadores de huracanes,
llegaron allí para quedarse
y a restaurar las ciudades
destruidas, en desgracia,
cumpliéndose así el dicho que dice:
“en río revuelto ganancia de pescadores”.
Esos cazadores de huracanes
bajo el calor calcinante
sin tregua van atravesando
desiertos, montañas, y valles,
cruzando van desde Ciudad Juárez
hacia El Paso-Chuco, Texas,
y desde allí se van a Pecos,
Midland, y Abilene, desde Odessa,
y con suerte algunos llegan,
hasta Dallas-Fort Worth, Texas.
Los que atraviesan por Nuevo Mexico,
se van hasta Alamogordo
y de allí a Lovington,
cruzándose luego a Texas
con dirección al “Panhandle”,
siguiendo en su trayectoria
por Brownfield, Lubbock, y Plainview
hasta llegar a Amarillo.
Muchos toman otras rutas
entrándose por Muleshoe, o Denver City,
desplazándose hacia Plainview,
y luego Whichita Falls, Texas
con destino hacia Oklahoma.
Algunos se van derechito
de Nuevo Laredo a San Antonio
o de Matamoros a Harlingen
y después a Corpus Christy
y de allí a Houston, Texas.
Escondiéndose van con el temor
de ser aprendidos por la “migra”,
van sometiéndose al riesgo
de morir en el desierto,
de ser atacados por fieras,
picados por cascabeles,
de agarrar enfermedades,
como la fiebre del valle,
o la fiebre del desierto
que se adquiere cuando es inhalado
el polvo que levanta el viento
y que contiene el “hongo coccidioides”.
En otras regiones desérticas,
de Sonora, Arizona, y de Texas,
muchos andantes perecen y ahí quedan
con sus huesos sembrando el desierto.
¡Esa es la caldera del diablo!
donde la muerte es certera,
y allí como dentro de un horno se ve
solamente la luz más intensa
que causa delirio, que enloquece y que enceguece
que deshidrata, que mata, e incinera..
En esta tierra seca y estéril
están los dientes de león latentes
que con poca agua florecen
cuando les cae la lluvia primera.
Las montañas allí están esculpidas
por terremotos y afilados vientos,
formando mesetas y colinas
de las más diversas formas,
las que imponentes ostentan
como una pedrería fina
matices purpúreo-dorado y rojizo-anaranjado.
Cuando allí hay tormentas de arena,
y se pone rojizo-oscuro el horizonte
la noche pasa mucho más lenta,
trayendo consigo un frío que cala
y que se siente en la montaña
cuando la oscuridad se adentra.
Y a eso de la media noche,
peor cuando hay luna llena,
entre confusión y sombras
se escucha el más triste aullido
de coyotes en jaurías
clamando suyo el desierto
En la tenebrosa tiniebla
no se ven, sólo se oyen
los rugidos que trae el viento
zigzagueando entre los arbustos
desprendidos de la tierra,
los que secos saltan y ruedan
con extrañas formas redondas
empujados por el viento
que con los “tumble weed” juguetea.
En esas tierras inhóspitas
existe un personaje maldito
un traficante de humanos,
llamado el “hombre-coyote”,
quien no debe confundirse
con el mítico “chupa cabra”.
Este miserable “coyote”
en esa región se pasea
con botas de cocodrilo
y chononos de cascabeles
prendidos a los tobillos,
deslizándose al trotecito
por el desierto de Chihuahua.
Deslizarse sabe cual serpiente
aullar sabe como fiera en luna llena
y marcando va el territorio
creyéndose el titán de la pradera.
A veces escondido y nervioso
en su hábitat se campea
como alma en pena que espera
y que esquivando va su condena.
Estratégico va ese “animal”
traficando a seres humanos,
quienes deambulan y sueñan
por milagro cruzar el río Bravo,.
a él, su ambición lo lleva
derechito a la frontera.
No hay brisa en esas laderas,
sólo hay sol y verdes cactus,
hay pitahayas pintadas
de pulpa sabrosa y jugosa
que calman la sed del andante,
pero que espinan muy fuerte
a quien no sabe pelarlas.
Estas tierras están plantadas
de enormes cactus saguaros
y de otros cactus menores,
que en época de primavera
tapizan todo el desierto
de hermosos y vibrantes colores.
En las sombras de esos saguaros
los caminantes se resguardan
del solazo cruel que incinera,
en cuanto el sol haga un ángulo
con el cactus erecto que espera
haciendo una sombra en la tierra.
El pobre andante que allá abajo
en la sombra del cactus se queda,
sabe que alrededor de las 12
el sol sin piedad lo quema.
Y si por suerte unas nubes,
fugaces el cielo atraviesan,
sombra ligera apenas dejan,
las que rápidamente se alejan
y en la insolación y el delirio
se confunden con visiones
de oasis y de fieras trémulas.
Allí la rajada tierra desértica
tiene incrustadas rocas grises
que irradian con su calor los matices,
y visiones color tornasol
de las montañas temblorosas
bañadas por el radiante sol.
En el desierto los días son muy largos,
y por las noches, el reposo nunca llega
es entonces, que el andante cae exhausto
jadeante entre alacranes y piedras.
Intermitentemente claudica el andante.
Justo cuando ya no es pesada la atmósfera
y es apenas muy tibia la tierra,
él reanuda su marcha
pues sabe que la única opción que le queda
es guiarse por las centellantes estrellas
y seguir caminando hacia la lejana frontera.
Si se sobrevive en el desierto
y cuando el nuevo día llega
a lo lejos se vislumbra
allá abajo en la pradera
un zigzagueante río que brilla,
inmenso en forma de culebra
que apaciblemente corre
y una plateada luz refleja.
Allá abajo todo es otra historia,
las flores del campo son más bellas,
son más suaves y tienen ricos aromas
que regocijan el corazón del sufrido
inmigrante en su largo y triste recorrido.
Hay verdes campos, hay agua, hay vida,
y se siente la brisa que pasa suavemente,
o el viento fuerte que en ráfagas sonriente
con los verdes álamos juguetea.
Bajo esos frondosos árboles
los compañeros de la noche,
se escucha y se siente el arrullo
de las hojas mecidas por el viento;
hojas que durante el día sedientas
del sol la energía chupan
y que por las noches repletas claman,
y parlanchinas ente ellas conversan.
¿Qué se dirán entre ellas?
¿Por qué será que los álamos
tienen formas tan diversas?
Algunos son elegantes y esbeltos
tienen la corteza lisa y gris
y sirven como corta-viento;
mientras otros son vigorosos y anchos
con el tronco verde y grisáceo,
y con ramas blanquecinas,
de pedúnculos largos y planos,
hojas en forma de corazón,
del tamaño de una mano,
que mecidas por la brisa
producen un arrullo casi humano.
A la orilla del camino y de los ríos
se escucha ese arrullo de los álamos
en un lenguaje musical tan hermoso
que te hace sentir bienvenido,
que dan consuelo y amparo
al viajero que bajo ellos acampa,
y que por las noches se encanta.
¿Sentimental acaso no es,
el canto de los viejos álamos?
Hay una historia en cada árbol
que quedó guardada en el valle
por donde pasaron los bravos
hispanos peregrinos andantes.
En cada piedra hay un detalle
de los pies del pobre andante
que ensangrentaron la arena
de los desiertos y el valle.
Por allí pasan doncellas
atrás de infames galanes
que cuando las consiguen prometen
llevárselas para casarse.
Y así fue que en un maldito día
deambuló por allí una “chava”
que ilusionada de amor
se fue a buscar a su “chavo”;
quien le endulzó el corazón
y le juró eterno amor
a los pies de la Virgen Morena
a la diestra del altar mayor
en la iglesia del pueblito
que vio nacer a los dos.
Allí ambos abrazados y de pie
le prometió el galán a la hermosa
que un día se irían a Texas,
tierra de amor y esperanza,
tierra de grandes sorpresas,
de mucho ganado y vaqueros,
tierra fértil y grandiosa.
Él mirándola a los ojos dulcemente,
ella de ojos color miel trasluciente,
de dilatadas pupilas
por el efecto embriagante
del amor intenso que por tres días
se entregaron encerrados
en el ático escondidos
a punta de amor, pan y vino.
La ilusión tenían ambos
que Houston era la ciudad ideal,
y una vez que ella fuese mayor de edad
la llevaría a vivir con él
a tan soñada ciudad.
Planearon irse por Sonora a Arizona
donde por ser tan desértico
los coyotes garantizan
que hay menos vigilancia;
la otra opción podría ser
irse por El Paso o Matagorda
pasando por Lubbock
hasta llegar a Houston.
Él más enamorado que ella
se marchó primero a la frontera
y le dijo a su doncella, espérame,
que voy a ser rico pronto
y volveré para llevarte,
o si no puedo volver,
voy a mandar un coyote
que te pase la frontera,
y te voy a mandar el dinero
para que te vayas a Houston.
Así fue como un buen día
partió él hacia los Estados Unidos,
cruzando a pie la frontera con el llamado coyote
llegando después de muchas penas
a su destino soñado…
En Houston él conoció otro mundo
y mucha gente fascinante,
hizo dinero trabajando
en el negocio de la jardinería
y luego puso su taquería.
Mientras la prometida esperaba
por las cartas día tras día,
con menos frecuencia llegaban
esas cartas tan ansiadas
y soñando ella se quedaba
en que su galán un día
volvería a recogerla;
como le prometió aquel día.
Muy triste y desconsolada
a la iglesia ella acudía,
lloraba ella día tras día
a los pies de la santísima
y sollozando no olvidaba
las promesas de su amor.
Pasaron más de dos años
hasta que ella se dio cuenta
de que el hombre a quien amaba
no cumplía su promesa;
habló con su hermana la mayor
y le dijo: - quiero irme,
necesito cruzar la frontera.
Juntas buscaron al coyote
quien había cruzado al novio,
y quien era conocido en el pueblo
como alias “el mono del desierto”;
hicieron los arreglos económicos
para que la hermosa doncella viniera
a juntarse con su tan ansiado galán.
Una parte del dinero pagó
la familia de ella al coyote
prometiendo ella pagar el resto
una vez que estuviera en Texas.
Se vino la hermosa muchacha
en manos de aquel coyote,
quien no se aguantó y se cobró
de ella, su comisión en parcelas,
hasta que al fin la dejó
en la frontera entre
Ciudad Juárez y El Paso, Texas,
por donde pasa el Río Grande
llamado en México el Río Bravo,
y que es el borde natural
entre Texas EEUU
y el estado de Chihuahua en México;
instruyéndola que siga
desde El Paso, más de 200 millas
con dirección a Pecos, Texas
El manipulador coyote
había convencido a la chava
que ella era su protegida querida
y que le había hecho un gran favor,
exigiéndole el resto del dinero
como ella le había prometido;
entendía él sólo un lenguaje,
el del traficante y el del canje.
La doncella atravesó como pudo
las montañas y el desierto
hasta que a Pecos llegó
haciéndole el lance al Panhandle
hasta que a Houston al fin llegó
después de caminar veintiún días.
Allí empezó buscando de un lugar a otro
preguntando por su galán perdido
sin conseguir ubicarlo;
hasta que un buen día se enteró
de que su amado ya otra tenía,
y que ya no vivía en Houston,
que se había mudado a Louisiana
a cazar huracanes y desastres naturales.
Estando ella muy deprimida
decide llamar a su hermana,
y le expresa su deseo de retornar a México;
en medio de su desilusión
le pregunta ella a su hermana
si le había pagado al coyote,
a lo que la hermana respondió,
con una negativa.
– Esta bueno, ¡no le pagues!,
– exclamó ella,
– pero cuando la hermana respondió,
que iba a pagarle,
a la muchacha no le quedó
más que confesarle,
que el “mono” ya se había cobrado.
– ¿No le pagaste?, ¡No le pagues!
– inquirió a su hermana
– quiero que me digas
donde está ese maldito coyote
para ajustar cuentas con él.
– A lo que la hermana responde,
– no te preocupes de ese cabrón
que ese coyote tiene Sida y va a morirse…
La muchacha colgó el teléfono en shock
sin poder hablar ahogada en llanto
y sin tener tiempo de decir
que el maldito se había cobrado
de sus carnes muy vilmente
pues en su travesía había sido
violada por el coyote varias veces.
Convencida de que había sido contagiada
con el mortal virus del Sida,
se entrega a la depresión,
desesperación, e insomnio,
sobre todo por los nódulos
que tenía en las canillas,
una fiebre vespertina,
y una tos que la afligía.
Con este cuadro y esa historia,
los médicos que la consultaron
recomendaron la prueba del Sida,
pero ella se rehusaba
por el temor de salir positiva;
así fue como empeoró
y se la tragó la depresión,
y en una tentativa de suicidio,
muy enferma de tiricia
las venas se cortó.
Durante su hospitalización
y estando ella comatosa,
le hicieron la prueba del Sida
resultando esta negativa;
y en otras pruebas requeridas
resultó que ella tenía
“la fiebre del desierto”.
La muchacha confiando en el doctor,
decidió contarle el abuso del coyote,
por lo que el médico
hecho todo un detective
llama a la hermana y le dice:
– señora, su hermana está muy mal
y ha intentado suicidarse,
tiene un gran resentimiento
contra ese coyote que la violó,
además ella piensa que tiene Sida
pues a ella usted le contó
que el coyote está con Sida.
– ¡Pero cómo es eso doctor,
si ese coyote no tiene Sida!
– exclama la hermana angustiada,
a lo que el doctor responde,
– si el coyote no tiene Sida,
¿por qué usted le dijo a ella
que él estaba con Sida?
– ¡No doctor!, le dije a mi hermana eso
para que dejara de pensar
en vengarse del coyote,
porque el es un criminal,
y yo no quiero que él mate
a alguien de mi familia;
si él violó a mi hermana,
tendrá su merecido castigo,
se lo aseguro, doctor;
yo se donde encontrar a esa rata,
pero no va a ser mi hermana
la que se vengue de él.
– A lo que el doctor contesta,
– su hermana está enferma de muerte
pensando que tiene Sida,
esto no es justo con ella,
que después de ser violada,
la intenten convencer
de semejante mentira.
– A lo que la hermana responde apenada,
– razón tiene usted doctor,
pero lo hice para evitar
una desgracia mayor,
pues mi hermana pretendía
tomar la justicia en sus manos…
Mientras esto sucedía,
el coyote se paseaba
por los polvorientos caminos de Tijuana,
en “trocas” de diferentes marcas,
atosigado de manillas, anillos y cadenas,
con dientes enchapados en oro
que cuando reía chispeaban…
Pero la justicia un día llegó
y la tierra se lo tragó
en esos mismos caminos
por donde el bribón deambuló;
dicen que fue en la zona de silencio
en el desierto de Chihuahua
donde él desapareció.
Se dice que su partida
se debió a la fechoría,
la ultima que cometió
con una hermosa doncella,
a quien él traficó
por la peligrosa frontera
y a quien luego sin compasión violó
al otro lado del Río Grande.
De la doncella se sabe
por fuente muy fidedigna,
y además por lo que ella cuenta
en su campaña política
de defensa al inmigrante,
que todo lo que le sucedió
y a pesar del sufrimiento
un nuevo horizonte encontró
en este país de oportunidades,
y que todo fue superado
gracias a la protección
de este gran pueblo tejano.
Aquí el país le brindó
protección y educación,
que con ahínco aprovechó
convirtiéndose ella en portavoz
de la gran mayoría de hispanos.
Pero no olvidemos al galán,
el cazador de huracanes,
quien mala fortuna corrió
pues la migra lo correteó
hasta que al fin lo capturó
y a México lo deportó.
|